─Nariz achatada. Las cejas espesas, diría yo, pobladas…usted me entiende, ¿no?

─Perfectamente. Siga.

 

El lápiz se desliza con elegancia sobre el papel, obediente a la mano que lo sostiene. El inspector Dóriga lo observa fascinado, como si fuese la primera vez. La habilidad de Márquez siempre consigue asombrarle. El testigo, ajeno a la destreza del dibujante, parece querer darle un tiempo que no necesita. Márquez se impacienta.

─¿Qué más? Las orejas, por favor, ¿cómo eran sus orejas?

 

Juan Oliver, joyero de profesión y víctima hace dos días del enésimo atraco en su establecimiento, prosigue con la descripción del rostro de su asaltante. Le resulta fácil, fue lo último que vieron sus ojos antes de quedar inútiles. Ceguera post traumática, al parecer. Para haber sido hace tan solo dos días el testigo está bastante sereno, piensa Dóriga mientras el carboncillo de Márquez va perfilando la cara del agresor.

─Dóriga, hemos terminado.

 

El inspector coge el cuaderno de dibujo de la mano del artista y observa con detenimiento el retrato. Luego, incrédulo, interroga al testigo.

─¿Está usted completamente seguro de su descripción?

─Completamente, inspector. Jamás podré olvidar esa cara.

─Ya veo. Márquez, estás detenido.

─Me cago en la la profesionalidad─dice el dibujante.

 

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos