Para cuando haya que cambiar las reglas, habrá que acordarse de los que nadie se acuerda. Revisar el por qué, el cómo y el cuándo, quién decidió qué, y qué macabro croupier hizo girar esta absurda ruleta.

Para cuando sea tiempo de cambiar las reglas, habrá que hablar muy en serio, dejar las medias tintas en el tintero y poner todos los muertos sobre la mesa.

Para cuando llegue la hora de cambiar las reglas, tendremos que repartir de nuevo la baraja, eliminar cartas marcadas del tapete y hacer pagar duro las trampas al tramposo.

Cuando llegue el momento de cambiar las reglas, tal vez pueda alguien explicarnos de una vez por todas, a qué se debe este desastre, este lanzarnos al aire para vivir o morir según en qué parte del planeta caemos, este apocalíptico jinete cotidiano paseando su hambrienta calavera por tres cuartos del mundo, mientras en el otro cuarto, rebosan las estanterías de los nuevos templos comerciales de comidas light, bajas en quién sabe qué mierda.

Para cuando se acerque el día de cambiar las reglas tal vez puedan responder los amos de la guerra, y, mirando a los ojos a los muertos, explicarles que sólo fueron daños colaterales, al tiempo que les muestran, con pudor y arrepentimiento, sus atestadas cajas de caudales.

Para cuando llegue el instante de cambiar las reglas tal vez haya que dejar de numerar los mundos para empezar a hacer uno solo, obrar milagros y convertir en pan las bayonetas, dejar de hacer caridad para empezar a hacer justicia, mirarnos a los ojos unos a otros y, quienes debamos, pedir perdón por tantos y tantos siglos de vergüenza.

Pero me temo que tal vez no nos convenga, que no queramos acordarnos de los que nadie se acuerda. No sé por qué pensé que quizás, sólo quizás, podríamos querer cambiar las reglas. Al fin y al cabo tuvimos la suerte de caer de pie, en el lado bueno del planeta.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Noticias Breves