Los hombres sin historia son la historia
Silvio Rodríguez

El pueblo del que te hablo, se encuentra muy cerca de ninguna parte. No lo encontrarás en los mapas, ni siquiera en los más actualizados; no intentes localizarlo con uno de esos modernos navegadores GPS que tanto te gustan y que sólo sirven para estar tecnológicamente perdido; ni siquiera te molestes en preguntar por él en los bares de carretera. Te resultará completamente inútil. De hecho, es posible que ahora mismo sólo tú y yo en el mundo sepamos de su existencia; y es primordial que entiendas esto porque, a partir de ahora, serás depositario de esta verdad igual que yo lo he sido hasta ahora.
El pueblo del que te hablo está formado por casas invisibles, y sus calles de adoquines viejos se ocultan, tímidas, a nuestros ojos. Está a tu alrededor pero también dentro de ti. Sus balcones de añeja madera desgastada se suspenden ingrávidos sobre nuestras cabezas. Ahora mismo mientras hablamos y tú me miras asombrado e incrédulo, estamos siendo observados por sus incorpóreos habitantes. No intentes agudizar tus sentidos. No entornes los ojos, no sirve de nada, no los verás. Dará lo mismo que intentes afinar tu oído, éste no está preparado para la frecuencia en que nos hablan. Pero nos hablan, no lo dudes, nos hablan directamente al alma.
No te estoy hablando de fantasmas, ni de espectros. Es más sencillo. Son el pasado, son lo que fuimos, lo que fueron nuestros padres, son las sombras, las huellas de nuestros pasos y de sus pasos, son también los pasos de nuestros abuelos. Son la historia, y nos hablan desde las esquinas de las casas viejas. Son la historia, y nos guían desde las solitarias plazas sin estatuas. Son la historia, y nos advierten desde olvidados campos de batalla. Son la historia y nos hablan, pero nosotros no escuchamos. Son invisibles te dije y no, no es cierto. Ellos no son invisibles, somos nosotros los que estamos ciegos. Espero que mis cansadas palabras sirvan para abrirte los ojos, yo estoy muy viejo ya y quiero cerrar los míos.
Ahora, hijo, debo dejarte. No estés triste, no llores, tú ya lo sabías. Sólo es que me voy ahora, aquí mismo, cerca de ninguna parte, a asomarme a los balcones invisibles para seguir hablándote siempre, ahora ya, directamente al alma.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos