Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana
Albert Einstein

 

Tratando estaba yo, un domingo por la tarde, de entender el sentido cósmico del universo absoluto cuando, por casualidad, di por tropezar con todas las respuestas. Iluminóse entonces mi cerebro, así como quién no quiere la cosa, como un faro derrochante de luz cegadora. Sabía todas las respuestas a todas las preguntas que llevaban milenios interrogando al hombre, llenándole de zozobra e inquietud. Víme entonces convertido en una suerte de “elegido” para guiar al ser humano. No cabía ninguna duda: la fuerza creadora del cosmos infinito habíame designado como el líder y salvador que la humanidad precisaba.

Estando como estaba en posesión de todos los conocimientos hasta entonces ocultos, era claro para mí cual debía ser el proceder de mi persona a partir del momento de mi revelación, pero para mejor llevar mi mensaje a las masas, diome por establecer un protocolo de actuación. A saber.

Paso 1: Tuve a bien dotarme a mi mismo de un nombre pegadizo y atrayente, un vocablo a través del cual las masas a las que había de salvar se refiriesen a mi, y que fuese sinónimo, a la vez, de la grandeza de mi misión y de la humildad de mi persona. Decidí pues otorgarme el título de “Guía Supremo del Cosmos”. Mi madre (con la que hasta el momento de mi revelación yo siempre consultaba todo, y con la que no iba a dejar de hacerlo por mucha mente preclara que yo poseyera) opinó que , si bien el título podía resultar ostentoso, era, como yo pretendía, la mar de pegadizo y atrayente. Así pues, con la aprobación de la “Gran Madre del Guía”, pasé a presentarme al mundo como “Guía Supremo del Cosmos”, aunque los más íntimos como mamá podían seguir llamándome Manolito. Algo más tarde, Tío Alberto que siempre ha tenido mucha perspicacia, descubrió que tomando las primeras silabas de las palabras de mi nueva denominación, se formaba el acróstico “Guisucos”. A todos nos pareció muy adecuado dado que yo iba a ser el “cocinero” del nuevo orden universal.

Paso 2: Conseguir acólitos se me hacía imprescindible para expandir mi mensaje. Allá donde no llegase mi voz, llegaría la de mis fieles seguidores; allá donde no llegase mi mano, mis fieles serían mi mano. Si mis piernas no me bastasen, dispondría de las piernas de mis discípulos. Y así, en resumen, con todas las partes de mi anatomía excepto aquellas de las que pensaba que nadie tenía porque llevarlas a ninguna parte excepto yo mismo. Apostéme pues en una esquina, ataviado con túnica blanca símbolo de la pureza de mi misión, y comencé a proclamar al gentío mi mensaje, y ofrecíme, a voz en grito, a dar cumplida respuesta a todos sus interrogantes y preguntas. La gente, ávida de conocimientos, no tardó en ametrallarme con todas sus cuitas: ¿Qué haces ahí, pringao?, ¿Por qué no te callas?, ¿Qué dices que vendes?, ¿sabe, buen hombre, dónde hay una parada de taxis? Estas y muchas otras cuestiones fui desgranando a lo largo de aquel primer día de anunciación. Agotado y feliz, concluí aquella primera jornada viendo cómo se incrementaba el número de mis seguidores en un cien por cien. Llegué sólo y me marchaba seguido por mi primer discípulo: Ramonín; ejemplo claro de que la humanidad precisa un líder que le diga lo que realmente necesita, porque mientras que yo le ofrecía la salvación para su alma, él insistía incansable en que le dejase un euro, y así me fue siguiendo fielmente hasta mi casa, tirándome de la túnica y rogándome para que no le apartase de mi luminiscencia a la voz de “pero no te vayas, tronco, dame el euraco”. Si bien no le di el euro aquella noche Ramonín durmió en el sofá de mi casa, y viéndole allí tan plácidamente en reposo, feliz por haber encontrado mi luz, exclamé: “Tu eres Ramonín, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, a lo que la “Gran Madre del Guía”, práctica y sabia como siempre, agregó: Pues más te vale conseguir que se duche la piedra porque si no va a coger olor toda la iglesia.

Paso 3: Tal vez mañana, o pasado…

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos , El Guía Supremo del Cosmos