El cielo y yo nos resquebrajamos el mismo día. Puede que la grieta que sesgó por la mitad la bóveda celeste, comenzase a abrirse un segundo antes que la que partió mi pecho, pero la rotura fue casi simultánea. No sé cual me causó más espanto, ni cual me produjo más dolor, pero recuerdo una sensación como de vaciarme por dentro y, a la vez, un llenarme de vértigo. Incapaz mi cerebro de absorber lo que mis ojos le chivaban, quebró por completo mi cordura y grité. Grité, y con mi grito vertí fuera de mí la poca razón que pudiera quedarme. Luego quedé en silencio. Permanecí callado incluso después de que la grieta que rajó el cielo, desde levante a poniente, comenzase a recomponerse por si misma, reparándose desde el oeste al este, hasta cerrarse de nuevo delante de mis ojos, como si nada hubiese pasado. Quedé a la espera, intuyendo que el mismo proceso reparador podía producirse también en mi interior. Pero no hubo milagro, sólo silencio, un silencio eterno que se apoderó de mi boca y se hizo dueño de mis días, mis meses y mis años.
Afuera nadie notó nada, ni siquiera tú viste el extraño fenómeno que se había producido ante nuestros ojos, así que ni mucho menos percibiste que dentro de mí se había abierto una hendidura que ya nunca se cerraría.
Dijiste adiós tranquila, segura de ti, como siempre, como si no se acabase de romper delante de nosotros el mismísimo cielo.
Ahora yo estoy aquí solo, extraño, a la espera de que tal vez, como aquel día se curó aquella herida en el cielo, pueda empezar a cerrarse, por fin, esta grieta que me parte en dos el pecho.

Ernesto Jaire
MArzo 1995

Esta es, aparentemente, el segundo texto en orden cronológico de los que llegaron a mi poder.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Cartas de Ernesto Jaire