Lo tengo perfectamente localizado. Está en la parte central del cráneo, en medio del frontal, donde acaba mi flequillo. Es justo ahí donde me duele. Es cada vez más intenso, casi como un clavo que algún carpintero loco se empeñase en hundir en mi pobre cabeza, milímetro a milímetro, martilleando incansable. La punta del clavo está llegando ya a mi cerebro. Lo noto. De hecho, cada vez me cuesta más pensar. Incluso redactar esta carta está suponiendo un enorme esfuerzo. Visité ya a todos los médicos posibles y a todos los especialistas, supuestamente oficiales. Siempre fue igual: no se aprecia nada en las radiografías, las resonancias no muestran nada anómalo, no hay ningún motivo físico que origine ese dolor, parece algo psicosomático… - Pero a mí me duele… Ponen cara grave, una mirada entre paternal y acusadora, y preguntan: -¿Ha visitado ya algún psiquiatra? Por supuesto. Los he visitado a todos, uno tras otro. Me he inflado a pastillas, me he dejado hipnotizar, he hecho regresiones, terapias revolucionarias y, por descontado, cuando todo esto no ha funcionado he pasado por las manos de naturópatas, homeópatas, curanderos esotéricos, milagreros, chamanes, brujos y brujas, impositores de manos, pitonisos…La lista es interminable. Sólo en enumerarles a todos podría gastar lo poco que parece quedarme de vida. Todos ellos presumieron de poder sanarme. Ninguno lo consiguió. Lo único bueno que podría sacar de todo esto es que están documentando mi caso, y es posible que le pongan mi nombre al nuevo síndrome. ¿Recuerdas que decías que nunca llegaría a nada? Pues ahí me tienes, dando mi apellido a una nueva y rara enfermedad. ¡Estoy terriblemente orgulloso de mi mismo! Perdona. Ya no recordaba que no te gustaban ni mi ironía ni que me compadeciese de mi mismo. ¿No fue por eso por lo que te marchaste? Eso, al menos, es lo que dijiste aquella última tarde. Y que te agobiaba, y que necesitabas tu espacio, y que siempre seriamos amigos… Yo, como siempre, no supe que decir. Luego me miraste, por última vez, con aquella mirada entre maternal y acusadora. Yo estaba sentado en el banco. Tú te levantaste, y ,ya de pie, antes de marcharte para siempre, te inclinaste para darme un suave beso de despedida en la frente. Justo en la parte central de mi cráneo, en medio del frontal, donde acaba mi flequillo.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos