Nací con la marca de los que persiguen lunas.

Quisiera poder adocenarme entre vosotros, ser uno más, un traje gris diluido en este océano de grises que os inunda…pero me está vedado, porque nací con el estigma de los que anhelan estrellas y las persiguen, en vano, atravesando prados blancos de escritura, y no conozco otro mar que el de las rimas, ni navego hacia otras costas, que los erizados acantilados de mis versos.
Sí, llevo esa marca. Y por llevarla, debo observar todo con otros ojos distintos a los vuestros.
Quisiera poder ser un engranaje más en ésta máquina infernal que habéis construido, andar entre vosotros, hablar como vosotros, desfilar a vuestro lado, camuflarme, en definitiva, como una sombra más entre las sombras…Pero esto… me está negado, porque nací con la señal en el alma, de los que arrastran versos por la lluvia, persiguiendo la belleza en cada cosa.
No sé muy bien porque soy heredero y portador de ésta cicatriz que hoy me condena y que hace mi alma distinta de las vuestras.
Pero sé que no puedo renunciar a ella.

Me ofrecéis que me retracte y me diluya.
Me conmináis a renunciar a la belleza.
Me invitáis, amablemente, a que resulte productivo igual que se lo ofrecisteis antes que a mí al último músico, al último de los pintores…
Me lo ofrecéis igual que a ellos, e igual que ellos hoy yo os digo:
No puedo.

Porque prefiero caer hoy como el último poeta
que malvivir como una pieza entre las piezas.

Estas fueron las últimas palabras del último poeta, antes de que le hicieran callar. No diré su nombre. No es importante.
Cuando regresábamos a nuestros habitáculos de reposo, desfilando en columna de a cuatro, después de haber presenciado la ejecución, comencé a notar sensaciones extrañas en la cabeza. Mientras atravesábamos la calle 10A en perfecta formación no pude evitar alzar un momento los ojos al cielo. Empezaba a llover.
El cielo lloraba.
El encargado de la vigésima planta de producción, que desfilaba a mi lado, llamó mi atención y tuve que mirar de nuevo al cogote del productor 75RRT que caminaba, marcial, delante de mí.
Al llegar a mi habitáculo de reposo no he podido evitar escribir estas líneas.
Estoy en el ángulo muerto de la cámara de “control automatizado de correcto descanso”, pero aún así tengo miedo.

Miedo que me muerde las entrañas
y la sangre de las venas envenena,
miedo de haber nacido con la marca
del que persigue la luna y las estrellas.

Madrid. 15 de diciembre del 2070

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos