“Partir de cero, mirar con ojos nuevos,
dejarse mojar por un tórrido aguacero.
Partir de cero, convertirte en un ser nuevo,
volver a disfrutar del sabor de un caramelo.”

Pedro Martínez

Hoy desperté con la extraña sensación de que ayer no era ayer, sino mucho más atrás en el tiempo.
No reconocí a la mujer que dormía a mi lado y salté de la cama asustado. Ella no se despertó. La miré despacio, estudiándola; había algo vagamente familiar en ella, pero no conseguía saber quién era, ni que hacía yo en su cama, ¿o ella en la mía?. Me asusté cuando incorporó la cabeza, me miró a los ojos con los suyos aún somnolientos, me sonrió y me tiró un beso. Luego, dejó caer la cabeza nuevamente sobre la almohada, y siguió durmiendo. Era una mujer realmente preciosa: morena, de cara y de pelo, rasgos suaves y proporcionados, sin duda mayor para mí. Dormida sin embargo, tenía el aspecto de una niña desprotegida, y daban ganas de acariciarla el pelo, y velar su sueño.

No tuve tiempo. Antes de posar mi mano sobre su mata de pelo negro, reparé en el espejo. Desde él me miraba con ojos de asombro y desconcierto, un perfecto desconocido. Era un hombre adulto, de unos treinta y tantos años, pelo largo absolutamente despeinado, como si se acabase de levantar de la cama. Me acerqué despacio mientras él hacía lo mismo, con tanto miedo como yo. Me encaré con él mientras seguía todos mis movimientos detrás de la frontera de cristal. Mi mano y su mano se movían al compás sobre la superficie del espejo. Este eres tú, me dije.
Me costó reconocerme, pero era yo. Algo más grueso, pequeñas arrugas alrededor de los ojos, estos enmarcados por pronunciadas ojeras, ¿más grande la nariz?. Me fijé en todos esos detalles de mí que no conocía y adiviné en mi propio rostro el paso del tiempo.
Ella despertó.
- Como te quedes mucho rato más embobado delante del espejo vas a llegar tarde.

Me di la vuelta.- ¿A dónde? - respondí. Graciosillo. -Respondió ella.

Iba a continuar hablando, a explicarle que mi pregunta no era ninguna broma, que estaba totalmente aturdido y que no entendía nada., pero me interrumpieron. Desde otra zona de la casa una voz infantil se apoderó de la conversación naciente.
- Papi, ¿puedo ir a tu cama?
Esperé durante un buen rato a que alguien contestase pero no hubo más que silencio. Al poco rato la voz volvió a sonar, esta vez más apremiante:
-¡¡Papii!!
Acerté a balbucear un sí, mientras interrogaba con la mirada a la mujer morena tumbada en la cama. Ella preguntó ¿qué te pasa? Nada, contesté yo, totalmente descolocado.
A los cinco segundos, por la puerta de la habitación aparecieron un niño y una niña pequeños; la niña, más mayor, tenía el pelo liso y largo y una cara de inocencia absoluta, se acercó a mí y me dio un beso, luego se abalanzó sobre la cama. El niño, casi con los ojos cerrados, caminaba aún medio dormido, dándole la mano a un oso de peluche. Me pidió que lo cogiese, extendiendo los brazos hacia mí y poniendo carita de pena. Era realmente precioso. Al cogerle, me sonrió con cara de pillo. Le llevé a la cama.

Me les quedé mirando a los tres, sin ser capaz de moverme, absorto en sus sonrisas y en sus palabras. Nuevamente fue ella quien me sacó de mi aturdimiento. - ¡Qué llegas tarde, vago!. Las palabras expresaban reproche, pero el tono de su voz reflejaba un cariño y una ternura que me abrumaron.
Salí de la habitación y encontré el baño. Me aseé. Regresé al cuarto y me vestí con la primera ropa que encontré rebuscando en los cajones. Mientras me vestía pensé que en algún momento de mi vida, el tiempo parecía haber empezado a correr como un caballo desbocado, y que ahora, parecía haberse detenido.

Ella se había levantado ya, los niños también se estaban vistiendo.
La pregunté: ¿Dónde tengo que ir?
Me miró. Yo me perdí en sus ojos. Ella me besó. ¡Mira que eres tonto! -dijo-. Y volvió a besarme. Yo supe en ese momento que me acababa de enamorar.
Fuimos juntos a la cocina, seguidos de los niños que discutían sin parar. Conseguí que dejaran de hacerlo, hablándoles, preguntándoles sus nombres. Ellos, extrañados al principio, pensaron que se trataba de un juego. Y me contestaron.
Me sorprendió su inteligencia y el cariño que parecían tenerme.
En algún momento pasó por mi cabeza que debía estar a punto de despertar de aquella pesadilla, ¿o era un sueño?. Cada minuto que transcurría me encontraba más a gusto entre aquella gente que parecía ser mi gente y, es curioso, pero no disponía en mi cabeza de ningún otro recuerdo. Nada que echar de menos. Nada que añorar.
Algo se abrió paso en mi cerebro, tímidamente al principio, claro y contundente luego.
Eran unos versos:

“Partir de cero, mirar con ojos nuevos,
dejarse mojar por un tórrido aguacero.
Partir de cero, convertirte en un ser nuevo,
volver a disfrutar del sabor de un caramelo.”

Y supe que todo estaba bien.
Y comencé a redescubrirlo todo.
Con ojos nuevos.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos