La nostalgia y la tristeza suelen coincidir
Enrique Urquijo
 

Desembarcamos al anochecer.
Como los malos sueños.
Como las peores pesadillas.
Apenas hicimos ruido al saltar al agua, ninguno de nosotros habló, era imposible que nadie escuchase más allá del monótono devenir de las olas besando la arena.
No encontramos ninguna defensa.

Si él hubiese estado atento a las señales de los días previos a la ofensiva, tal vez hubiera podido detenernos, pero no fue así, y no hallamos ninguna resistencia prevista entre la playa y la fortaleza.

El ataque había sido perfectamente planificado, al fin y al cabo, habíamos tenido tiempo de sobra desde la última contienda. Dejarnos escapar entonces fue su gran error. Pensó, al vernos huir, que todo estaba hecho, que no éramos ya rival para él, que no merecía la pena ensañarse con nosotros y exterminarnos. Hizo mal. Nosotros volvemos. Siempre volvemos. Él debería haberlo sabido.

Fue fácil, centinelas durmiendo empapados en alcohol, el puente levadizo bajado, nubes tapando la luna y ocultando todos nuestros movimientos. Y nosotros, perfectamente coordinados, haciendo lo que mejor sabemos hacer, disfrutando con nuestro trabajo. Él ya no lo esperaba.

La fortaleza fue nuestra en un abrir y cerrar de ojos, a sangre y fuego, sin piedad y sin perdón, sin prisioneros.

Ahora estamos festejando la victoria y él; él sólo llora y gimotea como un niño pequeño. Tal vez mañana reúna nuevas fuerzas y consiga expulsarnos durante una temporada. Tal vez. Pero esta noche es nuestra y ningún exorcismo le librará, ninguna táctica que emplee le valdrá para nada. Esta noche es nuestra, y él lo sabe.

Los recuerdos somos así.
Siempre esperamos agazapados.
Siempre estamos al acecho.
Siempre volvemos.
Siempre.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos