La pena de muerte es signo peculiar de la barbarie.

Victor Hugo

 

Nunca había visto tanto odio reunido en una sola mirada como el que anida en esos ojos oscuros. Es el que está situado en el centro del grupo. Puedo verle incluso a través del saco de tela que cubre mi rostro. Quisiera poder decir que sus rasgos me son familiares, que le conozco, eso explicaría tanto odio. Pero no es así. No creo haberle visto en mi vida. Y sin embargo, él está ahí, a la espera de que den la voz de comenzar, con las manos ya cargadas. Se nota que es un buen observador de la ley. Lo que aprieta en sus manos tiene el tamaño exacto que está marcado. No puede matarme de un solo golpe y es lo suficientemente grande para recibir el nombre de piedra. ¿Por qué hay ese odio en sus ojos? Está impaciente, como el resto. Están deseando que esto empiece, seguramente tendrán planes para después. Yo también quiero que acabe cuanto antes, tengo el cuerpo entumecido, hace rato que no siento nada de cintura para abajo. Quieren que les de el gusto de llorar y suplicar, de entonar mis plegarias sollozando. Sé que no servirá de nada, sus corazones son más duros que las piedras que sujetan en sus manos. Están deseando palpar mi miedo, escuchar mis gritos. Ojalá pudiera hacerlo, ojalá pudiera permanecer erguida y orgullosa para negarles su última humillación. Pero tengo dormida la mitad de mi cuerpo, y tengo miedo. Mucho miedo. Ojalá confiase en que mi alma fuese más fuerte que sus piedras. Quizás lo sea. El del centro parece ir a estallar de odio. Sus ojos cargados de ira me duelen, me llevan a refugiarme en otros ojos. Él me miraba como ningún hombre me había mirado nunca, y el amor que sentía por mi me atravesaba como un relámpago, haciendo que nada importase, ni la ley, ni el castigo. Nada. Nuestro amor morirá hoy aquí, sepultado, pero al menos sus ojos me acompañan, están aquí conmigo, venciendo con su amor todo el rencor de los que me matan, y llevándome de la mano hasta él. Después de que arrojen la última piedra, iré con él, donde no puedan alcanzarnos con su filo  las aristas de las piedras. Hace un rato ya que les regalo mis llantos.Ya viene la primera. No ha dolido demasiado. La ha tirado el del centro, el de los ojos oscuros como la noche. También tirará la última.

Me permito reproducir un correo que llegó el otro día a mi buzón. Visitar el enlace no cuesta nada y tal vez, sólo tal vez, sirve de algo.

Gracias. 

Querido amigo,
Querida amiga,

Parisa, Iran, Khayrieh, Shamameh, Kobra, Soghra y Fatemeh son siete mujeres iraníes condenadas a morir lapidadas.
Quizá no tengamos mucho tiempo para actuar.

La República Islámica de Irán trata el adulterio como un delito castigado con la pena de muerte por lapidación, violando el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que garantiza el derecho a la vida y prohíbe la tortura.

Parisa, Iran, Khayrieh, Shamameh, Kobra, Soghra y Fatemeh han sido injustamente condenadas a la pena más cruel, inhumana y degradante, la de la pena de muerte.

Pero aún estamos a tiempo de parar su ejecución. Sabemos que podemos contar contigo. No te quedes en silencio.
Alza tu voz para intentar salvarlas.
 
Gracias por tu apoyo,

Esteban Beltrán
Director - Amnistía Internacional

 

 

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos