Lun 8 Ene 2007
Los tres hombres forman un triángulo equilátero perfecto, sentados en las austeras sillas de madera, el tronco perfectamente pegado al respaldo, la cabeza erguida y la vista perdida en el infinito. En el punto central de esa irreprochable figura geométrica de vértices humanos me encuentro yo, vestido de blanco, hecho un ovillo espectral sobre mi mismo, maquilladas también manos y cara con un color pálido inmaculado, contrapunto perfecto del negro absoluto que visten mis tres compañeros. De pronto, uno de los vértices se incorpora e impostando la voz, habla:- Soy el miedo a cambiar. – Me señala acusador– tu miedo absoluto, tu inmovilismo.Lo ha hecho perfecto. Los ensayos sirvieron para acentuar el dramatismo de la frase, de manera que al señalarme todo el público se sienta señalado. Yo, fiel al guión permanezco impasible. Desde el patio de butacas se oyen carraspeos incómodos, no es la primera vez desde que comenzó el segundo acto. He aprendido el lenguaje de los carraspeos, se diferenciar a la perfección los inevitables de los que trasmiten información. Este, sin duda, dice: “¿dónde me has metido? vamos a casa”. No estamos consiguiendo conectar, se palpa perfectamente en el denso ambiente del teatro. Las toses, el ruido de la gente removiéndose inquieta en sus asientos, al fondo incluso me parece escuchar risas mal disimuladas.
Otro de los vértices se levanta y señala al anterior.
- Por tu culpa estamos como estamos –le reprocha inquisidor- Estancados.
El nerviosismo del público va en aumento. Cuando yo me levanto y con los brazos extendidos profiero un alarido espeluznante, prácticamente todo el aforo del teatro en vez de interpelarse por los motivos de mi grito (como pretendía y argumentaba el director de la obra), estalla en una sonora carcajada y empiezan a oírse los primeros silbidos. Por fortuna, el guión me obliga a recluirme nuevamente en mi postura de ovillo espectral (no olvidemos que según el director de la obra soy un feto, el embrión de un hombre nuevo) en la que no me resulta difícil disimular mi vergüenza. Enroscado sobre mi mismo, intento entrar de nuevo en situación –eres un feto, eres un feto- me repito incansable –eres un gilipollas- acabo concluyendo.
Mientras tanto, el tercer vértice del triángulo se sube encima de la silla y en cuclillas comienza a cacarear. Empiezan los insultos desde las filas traseras (siempre son las más valientes), entonces el vértice interrumpe su cacareo, se lleva una mano al pecho y con la otra se agarra al respaldo de la silla, de la que consigue bajarse a duras penas. Las otras dos intersecciones de las tres líneas imaginarias se miran interrogantes, aguantando el tipo. El tercer vértice se está saliendo absolutamente del guión, ahora de hecho, ha roto el triángulo y se dirige trastabillando al proscenio, desde mi posición fetal (en la que aún me mantengo) puedo ver que su rostro va adquiriendo una tonalidad cada vez más albina, abre y cierra la boca sin emitir sonidos y adelanta la mano derecha crispada, casi formando una garra (no sabría decir si en actitud de súplica o amenaza) hacia el público. Este ha enmudecido. La fuerza de la interpretación de mi compañero ha conseguido frenar las burlas y los insultos, todos los espectadores están ahora pendientes de sus movimientos casi agónicos por el escenario. Su recorrido ha durado apenas treinta segundos y, sin embargo, ha parecido prolongarse mucho más allá en el tiempo. Casi se diría que el propio tiempo se hubiese quedado a la expectativa, como todos nosotros, de lo que fuese a suceder.
Por fin, detiene su avance y en un susurro que solo el sepulcral silencio que se ha adueñado del teatro nos permite entender articula una palabra. ¡Ayuda!.
Luego se desploma, su cuerpo choca con las tablas del escenario percutiendo contra ellas, como el martillo de un juez imaginario que acabase de dictar sentencia. Sentencia de muerte. Atraviesa ese pensamiento mi mente mientras percibo que alguien, entre bambalinas, ha dado orden de bajar el telón y este está descendiendo ya, (acostumbrada barrera infranqueable entre lo real y lo ficticio, hoy sin embargo la realidad la ha atravesado). Nadie encima del escenario ha sido capaz de reaccionar aún. Tanto yo, embrión de la nueva humanidad, como mis compañeros, el progreso y el inmovilismo, miramos alucinados el cuerpo sin vida de quien hasta hace un minuto representaba el papel de la imaginación. Desde detrás del telón comienzan a hacerse oír los primeros aplausos. Tímidos y aislados al principio, pujantes y entusiastas luego, absolutamente enloquecidos después, atronadores y desbocados por último. Noto, casi como en un sueño, que alguien nos está empujando, forzándonos a atravesar el telón. Al otro lado nos espera todo el público puesto en pie. Como autómatas, saludamos y agradecemos los aplausos. Al inclinarme puedo ver el rictus que adorna el rostro inmóvil del cadáver de mi compañero (¿una sonrisa?), Eduardo Campano, cincuenta años, actor de quinta fila que odiaba el teatro moderno gracias al cual subsistía malamente y que jamás en sus treinta años de carrera escuchó una ovación como la que el público le está dedicando justo cuando él ya no puede escucharla; y pienso que ningún espectáculo nos fascina tanto como la propia muerte y no puedo dejar de preguntarme si el público ignora que la última escena no estaba en el guión o si, por el contrario, aplauden a rabiar precisamente porque lo saben y asimismo, no me abandona la metafórica idea de que a nadie entre el público parece importarle realmente la muerte de la imaginación.
8 de Enero, 2007 - 16:24
Yo también me sumo al aplauso de tu actuación, que en este otro teatro también resulta mudo, pero tú lo oyes, ¿verdad?.
Oleadas de besos.
8 de Enero, 2007 - 17:08
la muerte de la imaginación…serán los años, la falta de ilusión, la enorme cantidad de heridas que no curan, el pensamiento práctico, el pensar que el tiempo es demasiado valioso para andar construyendo castillos de arena…
YO me apunto al bando de los que no temen imaginar aún hoy, con lo difícil que está…
Besos primo
8 de Enero, 2007 - 20:23
No, creo que no aplaudiría…
Ahora, dejar de aplaudirte a vos, es imposible.
Aplauso, medalla y beso.
8 de Enero, 2007 - 20:38
La imaginación no muere es como la energía, simplemente se transforma, por momentos se va por otro camino, pero está ahí. Vuelve, a veces tarda, pero donde es bien querida y cuidada siempre vuelve.
Un beso.
9 de Enero, 2007 - 2:27
El teatro mismo agoniza, lleva siglos agonizando. Quizá eso es lo que lo hace seguir adelante.
Te mando un fuerte aplauso.
9 de Enero, 2007 - 4:19
Gabi, me tienes preocupado…
Si aparto la mente de la que nos cuentas, puedo intuir tristeza en como lo cuentas.
La historia es perfecta como ya nos tienes habituados, pero la muerte de la imaginación, no tiene que ser real… Si algo sobrevive siempre es la imaginación! O no?
Cuídate mucho y hasta pronto!
9 de Enero, 2007 - 12:05
¡La imaginación no puede morir! ¿Que sería del mundo sin ella?
9 de Enero, 2007 - 18:03
guau, fascinante, y desconcertante. Yo ya sé que como narrador no tienes igual, pero es que la resolución de este relato es sencillamente genial. Esas ultimas palabras que son en sí mismas la conclusión de una historia entera me han dejado de piedra. La muerte de la imaginación… madre mía!!!
Un saludo admirado, como siempre, artista.
10 de Enero, 2007 - 13:57
Ay, Gabi… ¿otra vez con sorpresitas finales? Lo dicho, eres un cuentista, deberías vivir del cuento, lo digo en serio.
Un beso, merecido.
10 de Enero, 2007 - 18:12
de pie te aplaudo el texto. o en silencio, como sea. además, no sé distinguir cuánto de realidad y cuánto de ficción tiene este relato. cuando escribes, es igualmente fuerte lo que dejas impreso en palabras como lo que no queda impreso peor igualmente marca el alma. es fascinante. mis respetos y cariños, gabi.
10 de Enero, 2007 - 19:57
No sé si tendrá muerte la imaginación pero desde luego en tu mente la tenemos asegurada.
Eres genial, como trasmites lo que describes Gabi.
Un beso.
11 de Enero, 2007 - 10:11
El inmovilismo frente al progreso ¿y aplauden la muerte de la imaginación? ¿O todo lo contrario? Es un contrasentido genial. Y pura imaginación. Perfecto.
Besos
R.
11 de Enero, 2007 - 13:36
De morir alguien, debería haber muerto el inmovilismo, pero……¿¿la imaginación?? NO! que hariamos sin ella??? Yo mimo mucho a mi imaginación, cada día le doy su dosis de fantasía y mira tú que maja está…..
La que no para de crecer es la muñequita que llevo dentro, con lo que se mueve creo que será bailarina
Besos de colores imaginados.
11 de Enero, 2007 - 14:23
Genial, siempre, al leerte, me subo y soy protagonista de tu relato.
La imaginación nunca morirá mientras haya escritores, actores, pintores…claro que la televisión, que alela las mentes, pega fuerte.
Un abrazo Gabi. Un placer leerte
11 de Enero, 2007 - 19:20
Es que la imaginación no muere, querido amigo.
Vive repartida en seres especiales que saben escribir como tú lo haces.
:)
Un abrazo!
12 de Enero, 2007 - 21:20
¡Es magnífico! Pero… lo veo en sí mismo como la contradicción absoluta. ¿Cómo puede hacer morir a la imaginación quien es imaginación casi al cien por cien? Cuídala mucho.
Besos.
14 de Enero, 2007 - 9:10
“no me abandona la metafórica idea de que a nadie entre el público parece importarle realmente la muerte de la imaginación”
Yo me importo, Gabi.
“Los tres hombres forman un triángulo equilátero perfecto, sentados en las austeras sillas de madera, el tronco perfectamente pegado al respaldo, la cabeza erguida y la vista perdida en el infinito”…”(no olvidemos que según el director de la obra soy un feto, el embrión de un hombre nuevo)”
Sin palabras,mis felicitaciones en un abrazo.
In.
15 de Enero, 2007 - 9:53
Morir en el teatro, morir de teatro. Así murió Moliére. La muerte en directo. La muerte con su máscara. la muerte entrelazándose con la vida. El espectáculo macabro de la danza, del ditirambo convulso de los espectros.
Un abrazo.
17 de Enero, 2007 - 1:37
Jejeje, que palabras más requetebonitas te escribe todo el mundo no? será que te lo mereces, no sé no sé…
Supongo que no era su momento de morir, pero el público así lo quiso al no ver en en el ovillo espectral un feto, ni en las palabras una realidad interpretada…
Fabuloso pa variar!
Un besazo primor
22 de Enero, 2007 - 13:48
Vine en otras ocasiones, crei’ haber dejado un comentario…pero no lo veo..o lo empece’ a escribir y luego lo borre’…no se’, que confusion!
Igual estoy ahora…sera’ porque no logro apartar un sentimiento del otro, lo que escribes es muy bello y en realidad dejarse seducir por tu historia hace pensar que la imaginacion puede morir con su posesor…aunque yo siga convencida que simplemente la imaginacion se desplaza de una mente a otra, a ratos nos deja libre para que la volvamos a atrapar y en ese esfuerzo/juego la perfeccionamos… evolucionamos y nos superamos.
La imaginacion es parte de la creacion y hasta que exista vida en el mundo habra’ imaginacion para progresar y evolverse.Si muere el actor, su imaginacion vacante es heredada por otro…como un alma que ocupa otro cuerpo.
Un abrazo, Gabi!!