CARMEN EN EL CAMINO

Carmen y Estrella aprietan el paso bajo la lluvia que arrecia. La carretera por la que transitan no ofrece refugio posible a las caminantes que, si bien al principio tomaron las primeras tímidas gotas de la tormenta estival casi como un bálsamo benefactor capaz de ahuyentar el terrible calor que soportaban, ahora veían con preocupación como el cielo se licuaba encima de ellas con la furia de un marido celoso ausente de casa demasiado tiempo. Así son las tormentas de verano en esa parte del país; repentinas y rabiosas como una pataleta, como si el cielo estallase en un llanto colérico de niño pequeño que no consigue lo que quiere. Brutales y breves. Y por eso, víctimas de esa rabieta, Carmen y Estrella corren ahora hacia delante por la carretera encharcada, provocando en cada una de sus rápidas zancadas, nuevas y diminutas tormentas a sus pies. Ninguna de las dos se para a pensar en lo absurdo de correr hacia ninguna parte en medio de nada; no corren para encontrar abrigo de la lluvia porque saben de sobra que no lo va a haber en aquel páramo despoblado, corren porque cuando llueve hay que correr. Corren, tal vez, porque correr hacia ninguna parte es lo que  han hecho toda su vida. El aguacero termina como empezó, sin previo aviso. Ellas, sin embargo, no se dan cuenta hasta pasado un rato,  y prosiguen su alocada carrera empujadas por la inercia de la huída. La lluvia, impulsiva y caprichosa, se va dejándolas empapadas y exhaustas, doblados los cuerpos intentando encontrar algo de aire que llevar a sus pulmones, doloridos los músculos de las piernas poco acostumbrados a soportar el esfuerzo de carreras desbocadas.

Carmen es la primera en recobrar aliento. – Por lo menos ya no hace calor- dice entre jadeo y jadeo, y lo dice acompañado de una sonrisa de resignación que sale de su boca para cruzar el aire y contagiar la boca de Estrella, y allí, pasar de sonrisa a risa y acabar mutada en carcajada incontrolable que las dos comparten durante un rato sin ser capaces de detenerla ni de articular palabra. –Estás patética- dice Estrella cuando consigue apaciguar un poco la convulsiva risa que la domina. –Tú estás de pasarela- contesta su amiga. Al rato, cuando los ecos de las risas de las dos mujeres toman el mismo camino que tomó la lluvia, todo queda, durante un tiempo, en un silencio opaco, solo aliviado por el sonido de sus respiraciones ya apaciguadas. Carmen se aparta con la mano el pelo mojado que cae sobre sus ojos

–¿Qué hacemos ahora? – pregunta y se extraña ella misma al tiempo que lo enuncia. Normalmente Estrella dice lo que hay que hacer sin necesidad de que se le pregunte.

Sin embargo, este pensamiento no lleva una carga de reproche hacia su amiga, simplemente Estrella es así. Ella siempre sabe lo que hay que hacer y a Carmen le gusta que así sea. Por eso esta mañana cuando escaparon siguiendo los planes de Estrella, Carmen no dudó ni un instante. A Carmen no le gusta dudar. Para ella el verbo dudar murió el día que conoció a Estrella.

- Seguir andando ¿Qué vamos a hacer? Más adelante igual encontramos un sitio para secarnos y cambiarnos la ropa. Venga, vamos. Estrella empieza a caminar con paso firme, rompiendo los reflejos de los charcos a su paso, Carmen la sigue, un reflejo ella misma de su compañera. - ¿Crees que nos siguen, Estrella? Pero Estrella no contesta. Estrella se desploma de pronto sobre el asfalto desgastado de la vieja carretera comarcal. El color azul de los charcos, reflejo del cielo que hace sólo un instante castigó con sus llantos caprichosos a  las dos mujeres, se va tiñendo lentamente de carmesí, y Carmen, en un delirio absurdo, sin comprender aún lo que le ha sucedido a su compañera, piensa que nunca ha visto pintados de ese color los labios de la mujer que ama, y por eso tal vez, se abalanza sobre el cuerpo inmóvil de Estrella y repitiendo su nombre  en letanía, moja la punta de sus dedos en el charco que se forma bajo su amiga, y pasa las yemas teñidas de rojo por los labios ya quietos de Estrella que yace en el suelo sin saberse muerta, alcanzada por un disparo que llegó, como la tormenta de verano de hace unos instantes, inesperado y lleno de furia. Cuando los dos hombres armados descienden del coche desde el que se efectuó la detonación  que acabó con una bala en el pecho de Estrella, Carmen se abraza con más fuerza al cadáver y se deshace, como el propio cielo nuevamente sobre ellas, en lágrimas; lágrimas que según caen de sus mejillas se tiñen del mismo color carmesí que viste los labios de su amiga muerta. Con Estrella en el suelo, incapaz de decir ya lo que hay que hacer, vuelven a la cabeza de Carmen todas las dudas que ella ahuyentaba con su presencia. Los dos hombres se acercan. Las dudas no durarán mucho. 

Hace algún tiempo escribí el texto que acabáis de leer. Pretendía ser el principio de mi primera historia algo más larga de lo normal, en realidad, nació con pretensiones de novela. Siempre sospeché que no tengo la  paciencia necesaria para escribir una novela. Sin embargo, poco a poco, fui avanzando. De hecho, esa fue una de las causas que me mantuvieron alejado de aquí durante tanto tiempo. Llegué a desarrollar un volumen de trabajo que me sorprendió incluso a mi mismo. En realidad, algo increíble para alguien como yo que tiene la inconstancia como bandera. Sin embargo, hace algunos meses, empecé a dudar no de mi constancia (indudable) sino de mi talento, El resultado de esas dudas fue el abandono de Carmen y de su historia… Y ahora, desde hace algunos días, noto que Carmen me llama de nuevo para que cuente su historia. Pero me temo que a la pobre Carmen la responden mis dudas y mi pereza. Por eso me he decidido a subir este primer texto aquí. Necesito ánimos, críticas, comentarios, preguntas… En realidad no sé lo que necesito. Creo que sólo quiero saber si con esta pequeña introducción Carmen consigue que queráis saber su historia. Eso es todo. Gracias por seguir por aquí, pese a mi inconstancia.

Gabi.       

   

    

  

 

 

 

 

Lo escribió Gabi y lo guardó en Historia de Carmen