Leer la última parte sin haber leído previamente la primera y la segunda puede producir urticarias, ardor de estomago y malestar general.

Cuando se supo que todo estaba ya dispuesto arreciaron las quejas y protestas de los no admitidos. La F.L.I.P.P.A. se empleó con contundencia pero no cesaron los disturbios hasta que alguno de los protestantes, con una aplastante lógica, realizó el siguiente discurso:

¡Compañeros! ¡Compañeras! ¡No nos alteremos!. ¡Cuando ellos se marchen al Edén, esto va a ser el paraíso!.

Así cesaron los problemas, con más de media humanidad deseando que se fuera el resto.

Todo estaba ya dispuesto.

Fue entonces cuando un niño de cinco años preguntó a su padre, lleno de candor e inocencia, ¿y por dónde se va al paraíso?. El padre, al darse cuenta de que desconocía la respuesta, mando un escrito a La Comisión solicitando información. La información no llegaba. Como un reguero de pólvora, la inquietud se fue trasmitiendo por toda la tierra, y la pregunta “por dónde leches se va al paraíso?” fue corriendo de boca en boca, hasta que se convirtió en un enorme grito al unísono que los comisionados no pudieron ignorar por más tiempo.

En una comparecencia histórica, con múltiples patrocinadores publicitarios, el Presidente de C.I.P.O.T.E. y toda su junta directiva se presentaron ante el planeta y respondieron: “No tenemos ni idea. El Ángel del Señor nos comunicó la decisión de Dios de permitirnos regresar pero, lamentablemente, no dio más indicaciones”.
Al saberse la noticia, cada hombre, mujer o niño que había sido excluido del éxodo; cada hombre, mujer o niño que no había querido participar, estalló en una sonora carcajada que alcanzo dimensiones universales. Según comentó, más tarde, Alexander Piort Kalchenco, astronauta ruso que orbitaba en ese momento el planeta, “parrrecía que la tierrra enterrra se parrrtía de la rrrisa”.
Entre los futuros habitantes del paraíso la decepción fue descomunal.

Todas las miradas se volvieron a las autoridades religiosas que iniciaron arduas polémicas las unas con las otras, acusándose, los unos a los otros, de no haber sabido interpretar los designios del Altísimo. Los católicos acusaban a los protestantes, los musulmanes a los cristianos, los ortodoxos a los judíos, los judíos a los musulmanes y los protestantes protestaban de todos ellos.
Florecieron profetas por todo el planeta, y las sectas hicieron el agosto reclutando nuevos fieles.

Cuando todos consiguieron ponerse de acuerdo, acordaron elevar una oración conjunta al Dios omnipotente para que enviase una señal indicando el camino a seguir. La redacción de la plegaria fue una tarea ímproba, de constantes tiras y aflojas entre los principales teólogos de todas las tendencias pero al fin, estuvo redactada.

Se organizó una expedición al Everest con el fin de recitar allí, más cerca del cielo, la dichosa plegaría. Algunos propusieron simplemente subir en avión lo más alto posible y allí implorar la señal divina, pero la mayoría prefirió lo del Everest porque quedaba así como mucho más de penitencia.
Dos semanas y seis serpas muertos más tarde la expedición regresaba a casa con los deberes hechos.
Pero la humanidad siguió sin señales divinas.

Desde una nube, Gabriel lo observaba todo consternado.
Estaba totalmente prohibido dar señales Divinas sin permiso expreso del Jefe.
Y el Jefe estaba durmiendo.
Y el Jefe tenía un despertar de mil demonios (realmente chocante).
El último que despertó al Jefe fue un tal Luzbel, y contaban que no ascendió mucho en el escalafón precisamente.
Así que Gabriel pensó que él podía esperar instrucciones perfectamente, hasta que el Jefe se despertase sólo, y que la humanidad tendría, en consecuencia, que esperar también. Al fin y al cabo, ¿qué son unos cuantos siglos más en la vida de un hombre?.
Y sin darle ya mayor importancia sacudió sus alas, sacó su lira y comenzó a tañir melancólicamente.

This is …The End my Friend.

Lo escribió Gabi y lo guardó en Parábolas y Cuentos , Retorno al Edén